“Argentina tiene un modelo vulnerable de producción de alimentos” Entrevista a Santiago Sarandón

En diálogo con Soberanía Científica el especialista afirma que el actual modelo alimentario está colapsando. Responde por qué la ciencia no anticipó estos problemas y propone un cambio de paradigma: la agroecología como nueva forma de producción.

Santiago Sarandón es Investigador Principal de la Comisión de Investigaciones Científicas de la Provincia de Buenos Aires y director del Laboratorio de Investigación y Reflexión en Agroecología (LIRA). También es titular de la cátedra Agroecología de Facultad de Agronomía de la UNLP, presidente de la Sociedad Argentina de Agroecología y presidente honorario de la Sociedad Científica Latinoamericana de Agroecología. Además integró por una década las Comisiones Asesoras Honorarias de la CIC. 

Dice que a los 40 años tuvo una “crisis”, se preguntó junto a otros colegas: “¿a quién le importa lo que estamos haciendo?”, cuando la dinámica normal del científico era “meter un paper” en una revista internacional, pero no la de pensar cómo desde la ciencia se podían resolver problemas concretos a los productores agropecuarios. A partir de ahí su trabajo dio un vuelco.

En diálogo con Soberanía Científica el especialista asegura que “A esta altura de mi carrera me doy el permiso de tomar algunas decisiones: publico en español y en revistas de acceso público”. Por otro lado nos propone pensar en un nuevo sistema de producción de alimentos que contemple dimensiones que el sistema agrícola tradicional ignoró: ambiente, sociedad, salud ¿Es posible la transición a un sistema más amigable con el entorno?¿Cuáles son los desafíos?

-¿De qué hablamos cuando hablamos de “Agroecología”? ¿Cómo la definirías?

La agroecología es una nueva agronomía. Una agronomía que trata de superar un enfoque que creemos que quedó obsoleto. Algo que está pasando en muchas ciencias es ir de ideas muy reduccionistas hacia una visión más macro que incluya, por ejemplo, lo ambiental. Hoy en la agronomía hay muchas dimensiones en crisis, una de ellas es que la sociedad rechaza el modelo tradicional. Muchos pueblos de las provincias de Buenos Aires, Córdoba y Santa Fé tienen ordenanzas que prohíben el uso de agroquímicos, entonces: ¿Hay otras maneras de trabajar? La respuesta es “sí”, y eso es lo interesante.

-¿Cómo se posiciona la agroecología ante el modelo actual de producción de alimentos?

Tenemos un problema a nivel mundial muy serio: se ha logrado según la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura) una producción de alimentos que caloricamente alcanza para todo el mundo. Dice que se producen 2800 calorías por persona por día. Una persona necesita en promedio 2400 calorías. Quiere decir que con lo que se produce, todo el mundo podría estar alimentado, sin embargo hay gente que muere de hambre. La cantidad parecería estar asegurada, aunque la distribución es mala. Pero tres cultivos (maíz, trigo y arroz) son el 50% de todo lo que se produce. La humanidad descansa en tres especies. Quiere decir que si una especie de esas fracasa, tenés mil millones de personas que se mueren de hambre. Hay un modelo alimentario mundial totalmente erróneo. Este es el modelo actual y habría que robustecerlo. La agroecología resolvería un montón de sus problemas: el monocultivo genera la aparición de todas las plagas, la agroecología aumentaría la diversidad de especies. Tenemos una oferta de alimentos pobrísima, la agroecología ofrece una mayor diversidad de alimentos. Por último, se aplican muchos plaguicidas que contaminan, la agroecología generaría un sistema más inocuo.  

-¿Cómo se consolidó el sistema de producción actual y en qué medida la ciencia lo fomentó?

El modelo actual tiene un modo de ver las cosas y en él, el uso de plaguicidas, por ejemplo, no es un problema. Pero este modelo data de los años 60, lo que se denominó “Revolución verde”. En ese mundo estas decisiones no parecían incorrectas pero hoy son inviables. Ya no se puede pensar que el descontento de la gente va a pasar, esto que estamos viendo es la punta de un iceberg que va a crecer. La percepción de lo ambiental, la salud, la nutrición llegó para quedarse. En ese marco, lo que hay que hacer es una agronomía diferente, que compatibilice la obtención de ganancias con las otras cosas que la sociedad pide. El énfasis excesivo que tuvo la agronomía en el rendimiento y rentabilidad, casi como las únicas variables, descuidó valores que hoy se añoran: lo ambiental, lo social, lo cultural. Ya no se puede seguir mirando con esa óptica. Hoy lo que buscamos es lo interdisciplinario, la complejidad, el largo plazo, una mirada que incluya estas dimensiones. Ya no se puede tomar una medida sin tenerlas en cuenta. Hace poco estuve en El Hoyo, Chubut, la capital nacional de la fruta fina, ahí hay un problema muy grande porque apareció una mosca llamada Suzuki que ponen huevos en las cerezas y la frambuesa. Es de Japón, primero llegó a Chile y fue un escándalo cuando llegó a nuestro país. Ante esto, los productores se prepararon e intentaron usar plaguicidas ¿Cuál fue el resultado? se levantó el pueblo y no lo pudieron hacer. A partir de ahí se convocó a una reunión entre el INTA, el SENASA, expertos -yo como especialista en agroecología- para pensar cómo resolver el problema. 

-¿Entonces?…

Acá viene la Agroecología como nuevo paradigma. Cómo controlar una plaga no es más un problema agropecuario exclusivamente. Antes se pensaba de esa manera. Las ramas de la agronomía clásica, el seguir pensando en los modos tradicionales, no va más. Hay que pensar en otras alternativas. Ante la presencia de una plaga la pregunta clásica es: ¿qué le pongo? La agroecología no se pregunta con qué matar esa plaga sino: ¿por qué apareció? Se visualiza esa plaga, que es el desarrollo de una especie en forma exponencial, como el síntoma de un problema. Entonces el problema no es la plaga, se trata de un desequilibrio, un mal diseño que generó las condiciones para que esa plaga esté. Si vos matas la plaga pero las condiciones que la favorecen siguen estando no resolvés el problema y te pasa lo que nos pasó ahora: adquieren resistencia, se termina usando cada vez más plaguicidas… Entendamos cuáles son los mecanismos que hacen que un componente natural del agroecosistema, que son todos los bichos, se dispare. En esto hay que incluir la opinión de la población en general. Ya no se puede resolver unilateralmente. La agroecología está preparándose para esos desafíos. 

¿Es una actividad que puede sostenerse en el tiempo? 

Totalmente. De hecho estamos viendo que la que tenemos ya no se puede sostener. Hay signos inequívocos de que hay un colapso en el modelo agroalimentario. Entendamos de qué estamos hablando: la agricultura es una de las pocas actividades humanas esenciales que, además, no puede interrumpirse porque es la encargada de producir alimentos. Comer es una actividad esencial por lo tanto los agroecosistemas deben seguir funcionando. Lo que estamos viendo es que el modelo elegido para su desarrollo no está cumpliendo esas expectativas. O sea, cuando vos proyectás lo que está pasando hacia el futuro, todo empeora. Entonces algo tan importante para los seres humanos como lo es comer está en peligro y hay que replanteárselo. Por lo tanto lo que hay que hacer es buscar otras maneras. Y cuando analizas otras maneras, esta disciplina aparece como una alternativa totalmente viable. Mucha gente se pregunta “¿Alcanzarán los alimentos si aplicamos la agroecología como forma de producirlos?” Y esta pregunta es muy interesante porque no sabemos qué pasaría si la agroecología fuera la manera de manejar la agricultura porque todavía no es el modelo predominante, pero sí podemos aplicar ese indicador al modelo actual y sabemos, según la FAO, que hay mil millones de personas con hambre.

-Argentina es una gran productora de alimentos, sin embargo no puede atender las necesidades de su población ¿De qué manera la agroecología podría intervenir ante este problema?

La agroecología podría permitirnos producir más alimentos de los que produce en la actualidad minimizando, incluso, todos los otros problemas. Hoy el costo de producción de alimentos es enorme. E insisto: no es la única manera posible de hacerlo. La manera actual está colapsando. Por ejemplo, cada vez que sacas una cosecha del campo con ese grano que extraes sale todo lo que contiene en su interior. Es el caso del potasio, elemento básico junto al nitrógeno, fósforo, calcio, magnesio, que se exporta en gran cantidad. Cuando yo estudiaba no se hablaba de estos elementos porque eran parte de los suelos argentinos, de su formación. El problema es que después de 60 años de consumirlo nos llevó a que ahora escasee. La ciencia no pudo ver que nos comimos los suelos en dos generaciones. Hoy empieza a ser necesario reponer el potasio. La visión del mundo inagotable no pasó la prueba porque al final sí era un recurso agotable. La agroecología también permite analizar eso. Es una ciencia que visualiza las cosas que se nos pasaron. Una ciencia menos miope y más coherente con el cómo funcionan los sistemas de producción de alimentos. Un poco más de ecología. ¿Qué consumo? ¿Cuándo produzco? ¿En qué cantidad? ¿Cuánta energía utilizo? Es necesario introducir todas las dimensiones que antes no tenían lugar en la agronomía. La producción se trataba como si fuera una receta de cocina: ¡quiero hacer un maíz! Bueno, se hace así. Nadie preguntaba para quién o cómo. 

-¿Cómo pensás este sistema en relación a la soberanía alimentaria: acceso a alimentos, calidad de los productos y precios justos?

Una de las preocupaciones que tenemos hoy es esa. El modelo de producción actual no asegura la soberanía alimentaria, que es un poco más que la seguridad alimentaria. La seguridad está ligada a tener cierta cantidad de calorías por persona, por ejemplo. La soberanía incluye poder decidir qué queremos comer y cómo queremos producir. De alguna manera ha sido la visión predominante pero, por ejemplo, Argentina tiene un modelo vulnerable de producción de alimentos. De hecho estamos pensando si vamos a poder sostener la compra de fertilizantes y que se nos puede caer la producción. Hace unos días leí una nota del INTA que decía que si hoy se suspende y no contamos con plaguicidas y fertilizantes, la producción se cae en un 35-40%. Esto se puede leer de dos maneras: una, creer que esos productos son necesarios; la otra es preguntarse por qué tenemos un sistema tan vulnerable. Argentina no produce todos los fertilizantes y plaguicidas que necesita. Es decir que depende de otro para algo tan esencial porque necesitás primero que te lo quieran vender, después tener los recursos para comprarlos. Hoy están los dos problemas. La ciencia argentina no vio este problema. Este modelo no fue hecho a expensas de lo que la ciencia dijo, no fue un modelo contracorriente de los consejos científicos técnicos. Es hora de replantearnos qué nos pasó. La agroecología se preocupa por la soberanía alimentaria y entiende que el modelo tradicional es muy vulnerable, muy dependiente. Argentina tiene que armar un modelo de acuerdo a sus recursos y no uno que depende de repuestos de maquina que el país no produce o de productos internacionales necesarios para el proceso. La nota que mencionaba lo muestra claramente. Estamos dependiendo de otros. 

-¿Se pueden hacer sistemas que no sean tan vulnerables? 

Claro, desarrollando sistemas que no necesiten tantos insumos. O que los que utilice sean locales. Es una idea que a priori pareciera obvia, pero no es la que seguimos. 

-¿Por qué, entonces, hay resistencia en cambiar el modelo y cuál es el rol de la ciencias en esto? 

Porque se trata de un paradigma. Los paradigmas son una manera de ver y habitar el mundo, algo de lo que no somos conscientes pero nos aferramos y creemos que es la única manera posible. Uno busca soluciones dentro de un cierto marco. Las ideas que uno va formando. Vas asumiendo ciertas verdades. Pensar que lo más importante es el rendimiento, el corto plazo, creer que los ensayos experimentales hechos en condiciones controladas son válidos para la enorme diversidad social y cultural de los campos agricultores, son ideas que pueden ser discutidas pero que uno ni siquiera las piensa. Hay una estructura de pensamiento muy disciplinaria. Miremos la manera en la que están distribuidos los conocimientos: agronomía, ciencias naturales, ciencias sociales, exactas. Los problemas que estamos viendo incluyen todas estas áreas. No hay una comisión transdisciplinaria. CIC, CONICET, Universidad en general, todo está particionado. Hay una  tendencia a volver a la interdisciplinariedad porque son campos que se tocan más de lo que se cree. Tenemos claro que los problemas son complejos y esa complejidad se aborda con pensamientos complejos. La alta especialización no funciona, se necesita gente con una visión más amplia y con la capacidad de interactuar con otros. Uno ve si el sistema científico está favoreciendo eso o no. Qué es lo que se está premiando. Cuando te recibís y empezás la carrera como becaria o becario, ¿cuáles son las cuestiones que se premian y cuáles las que se castigan? ¿Este modelo favorece estos nuevos desafíos o no? ¿Qué necesitamos de la ciencia?

-¿Cuáles son las cuestiones que premia el sistema científico? 

Acá hay un tema muy interesante. Hay toda una corriente a nivel mundial que empieza a cuestionar el sistema científico y sus sistemas de valoraciones. Son señales claras que nos mandan los más jóvenes. La cuestión del individualismo, el paper. Hay países donde te pagan un paper. Cuando empecé el paper no tenía tanto peso. Vos investigabas para resolver problemas y como subproducto lo dabas a conocer. Hoy el paper se transformó en el objetivo. Algo que no lleve un paper raramente es abordado y como los problemas son complejos nadie aborda la complejidad. Te lleva tiempo, requiere mucha gente, muchos que publican. En instancias de evaluación de algunas instituciones te dividen el paper por cantidad de autores; un solo autor, todo tu mérito, dos autores, se divide en dos. Y en cuanto al dinero hay países que pagan dos mil dólares por paper publicado de alto impacto. Entonces ¿qué vas a hacer? Vas a trabajar solo. El tema es si esa tendencia individual favorece lo que la sociedad quiere, las demandas y preguntas de la sociedad. Y me parece que ahí empezamos a encontrar que hay que reordenar un poco. Por lo menos en latinoamérica hay todo un modelo que empieza a no coincidir con lo que la sociedad estaría demandando.

Cuando empecé la Facultad, la ciencia y las y los científicos eran palabra indiscutida: la ciencia lo decía y la sociedad acataba. No podía ocurrir que aquel que no era científico discutiera, sin embargo hoy ocurre. En los pueblos de la Provincia de Buenos Aires, Santa Fé, Córdoba tienen discusiones muy profundas respecto a la aplicación de plaguicidas, por ejemplo. Y eso pasa porque como científicos hemos fallado muchas veces, porque muchas cosas que hemos dicho no fueron ciertas. La capacidad de predecir no es tan exacta como antes porque son problemas complejos. Hay productos químicos que se usaban en el agro que hoy están prohibidos y yo los aprendí porque la ciencia te decía que no eran dañinos. Nos equivocamos. Hoy hay toda una lista que tiene SENASA con productos prohibidos en Argentina. Ahí viene la pregunta: ¿desde cuándo son peligrosos? Y la realidad es que siempre lo fueron, pero la ciencia creía que no. Hoy más que nunca es necesario el principio precautorio, ante la duda, optar por lo menos peligroso. Y la sociedad al percibir que muchas de las cosas que nosotros decíamos no fueron ciertas, hoy asume un protagonismo que antes no tenía, entonces nos discuten. Esto para algunos científicos se denomina “Ciencia posnormal”. 

-¿Qué es la “Ciencia posnormal”? 

La ciencia se maneja en periodos normales, nosotros tenemos la razón, nadie nos discute. ¿Cuando aparece la ciencia posnormal? Cuando la obtención de los datos se torna compleja: qué pasa cuando un producto que libero al ambiente se junta con los otros que también están allí y entran al cuerpo de un ser humano. Lo que sucede con la presencia de más de tres productos a la vez no se sabe. Son todos terrenos de incertidumbre. Cuando las consecuencias pueden ser muy graves para la sociedad, cuando los datos son aleatorios y difíciles de conseguir y cuando hay incertidumbre estamos frente a la ciencia posnormal. En esa instancia se democratiza el saber y la sociedad que puede ser perjudicada adquiere protagonismo y discute. Se acabó la ciencia taxativa, categórica, unilateral. Estamos en otro escenario. Un escenario de ciencia posnormal donde la incertidumbre reina y ante esa incertidumbre hay que optar por el principio precautorio. Este es un ejemplo muy clásico: no sabemos qué pasa si liberamos un organismo genéticamente modificado. El organismo genéticamente modificado tiene la capacidad de autorreplicarse. Si liberás un producto tóxico al ambiente y te equivocás, el tiempo y el dejar de aplicarlo puede ir diluyendo, pero si liberás uno que es perjudicial, ¿cómo detenés su capacidad de autorreplicarse? Hoy estamos en ese mundo en donde la ciencia cambió, donde ya no somos los amos absolutos de la verdad, donde estamos entendiendo que la complejidad es la norma y no la excepción. En este marco, la ciencia tiene que estar democratizada y la sociedad tiene derecho a opinar. ¿Por qué? Porque es la afectada. La agroecología toma este desafío e involucra mucho más a las agricultoras y a los agricultores. 

-¿Según tu perspectiva estamos frente al momento ideal para el desarrollo de este nuevo modelo?

Totalmente. Estamos asistiendo a una crisis de paradigma. Y este paradigma afecta la manera en que se hace y se evalúa la ciencia, quienes tienen el conocimiento. La agroecología, entre otras cosas, dice que el conocimiento es pluri epistemológico. Entre la agroecología y los productores hay diálogo y por eso gusta. Las crisis son buenas porque pone en cuestionamiento cosas que parecían inamovibles. Hay muchas cosas que hay que redefinir. Provincias como esta -que por suerte cuenta con un sistema científico- tiene un excelente potencial. La ciencia es fundamental, pero lo que tiene que hacer es acercarse más a la sociedad. 

-¿Qué modelo alternativo de evaluación de investigadores/investigadoras se podría proponer y que apunte a valorar la resolución de problemas de la sociedad? 

En principio hay que ordenar lo que está mal y todavía no tenemos claridad en cuál sería la alternativa. Pero eso no debe hacernos abandonar la crítica. 

Los investigadores jóvenes perdieron la pasión por investigar. Están estresados, por cumplir con las metas, por no quedarse afuera. No disfrutan de la generación del conocimiento. Hay que recuperar la pasión por investigar y descubrir, se puede. El paper no tiene que ser el objetivo número uno. Una vez que resolvés el problema, bueno, lo das a conocer. A esta altura de mi carrera me doy el permiso de tomar algunas decisiones: en primer lugar publico en español y en revistas de acceso público. Es decir, revistas donde no hay que pagar para obtener información. Pero no puedo obligar a los jóvenes que trabajan conmigo a que sigan esta política porque pueden quedar fuera del sistema. Hay que compatibilizar su futuro con las necesidades de la Provincia. Hay que recuperar la pasión por investigar. El investigador tiene que estar interesado en su tema, tener más contacto con la sociedad que demanda para que -aunque sea indirectamente- sepas que tu pregunta responde o está relacionada con alguna problemática concreta. Eso también genera una satisfacción. No podemos abandonar temas importantes para la Provincia porque no sobreviviríamos al sistema. Ahí hay algo que anda mal. Si hay una incompatibilidad, hay que ordenarla, no es sencillo, pero si hay una política clara, en instituciones como la CIC se charla con los investigadores más experimentados sobre otros posibles modelos de evaluación. Este es el momento adecuado de dar todas estas discusiones.