Chau Jorge, hasta siempre sembrador

Ayer se conoció la noticia del fallecimiento de Jorge Rulli, fundador de la primera Juventud Peronista y miembro de la Resistencia Peronista; pero un claro referente de la agroecología, de la soberanía alimentaria y los Derechos Humanos.

Rulli fue fundador del Grupo de Reflexión Rural y ha sido crítico del modelo productivo de los agronegocios, basado en la exportación de commodities de matriz biotecnológica, tales como sojas y maíces transgénicos.

Experto en desarrollo sustentable fue un exponente claro de por qué había que oponerse a la tragedia y al drama que generan los transgénicos. Fue coautor de diversos libros tales como “Transgénicos y fracaso del modelo agropecuario” (2003).

Como muchos de su generación, atravesó el exilio político a raíz de la última dictadura cívico militar y fue un consecuente con los procesos históricos que le tocaron vivir. Por eso, se lo reconoce como una de las voces más claras y potentes que alertaron sobre las consecuencias del modelo agrario actual.

En su ensayo “El agua ya no penetra”, Rulli lo explica con magistral pedagogía:

“La siembra directa fue concebida como una agricultura natural, ecológica, con abundantes rotaciones y con sumo respeto por la vida del suelo. Se implementaba con máquinas simples y livianas. Hasta que el mercado pidió más productividad y una escala mayor: la maquinaria mutó en enormes sembradoras, enormes tractores, enormes mosquitos pulverizadores, cuyas toneladas de peso, dejan necesariamente el terreno compactado. Al no labrar el suelo, el agua de lluvia tiene más dificultades para penetrar. La demanda en aumento de porotos de soja y su precio sostenido durante una década dejó de lado las rotaciones con otros cultivos, que posibilitaban, luego de la cosecha, abandonar sobre los suelos materia orgánica o barbecho para reponerlos. Hay más: se pulveriza glifosato y otros agroquímicos de modo masivo para eliminar malezas perennes y así, año tras año, se fue afectando sensiblemente la microvida del suelo, que facilita la reposición de los nutrientes, así como el laboreo que realizan las lombrices, hoy ya en muchos campos inexistentes. En conclusión, el terreno está desnudo, el agua corre y no penetra en el subsuelo.

“El proceso de globalización le impuso a la Argentina en los años ‘90 un modelo de país productor de transgénicos y exportador de forrajes. Las consecuencias de la implantación de ese modelo extractivo y de producción masiva de comodities a lo largo de los años, fueron inmensos territorios vaciados de sus  poblaciones rurales, cientos de pueblos en estado de extinción, cuatrocientos mil pequeños productores arruinados, entre ellos el cierre definitivo de millares de tambos, y muchísimos chacareros endeudados debido a la incorporación de nuevos paquetes tecnológicos con dependencia a insumos, semillas genéticamente modificadas,  herbicidas de Monsanto y maquinarias de siembra directa.

“El mercado impuso sus reglas: la principal fue la necesidad creciente de disminuir costos para competir. Los fondos de inversión que expropiaron los aportes jubilatorios de los argentinos y los fondos fiduciarios generados por algunas empresas para supuestamente democratizar la agricultura, aportaron los recursos financieros para la implementación de los nuevos monocultivos de soja Roundup Ready (RR, que resiste al herbicida glisfosato) en una escala gigantesca. La vieja oligarquía pastoril desapareció en medio de la mayor transferencia histórica de tierras desde la campaña al desierto, para dar lugar en su mismo nicho histórico a una nueva clase empresarial y plutocrática, no ya patricia como la Sociedad Rural Argentina, sino de recientes orígenes inmigratorios. La concentración de campos y la expulsión de poblaciones sintetizaron el modelo neocolonial impuesto por el proceso globalizador”.

Y concluía en ese mismo ensayo y también con meridiana claridad:

“En medio de la catástrofe provocada por las lluvias y por una agricultura guiada por los mercados estamos convencidos que pueden nacer esperanzas nuevas y nuevos debates que tienen relación con la recuperación de una conciencia ambiental, tanto como con los modos de asumir la participación ciudadana. Nuestra emergencia desesperada a más de veinte años de aprobadas las primeras sojas transgénicas sigue siendo una frontera de la globalización y también de las tensiones con la mayor multinacional de las semillas, cuyas últimas amenazas fueron las de cobrar por su propia cuenta regalías en los puertos sobre su soja intacta, en asistencia con las empresas exportadoras. Recordemos que la Argentina aportó en la posguerra a solucionar el hambre del mundo y de Europa particularmente, gracias a sus producciones sustentables y ahora, por el contrario, luego de muchos años de cosechas récord de transgénicos, queda expuesta nuestra pobre calidad de vida, millones de hectáreas inundadas o al borde de la desertización y una economía de exportación cada vez más frágil y basada en los caprichos de los mercados internacionales”.

No es este espacio el más adecuado para recorrer la vida de un hombre tan intenso y extenso como Rulli, que además ha sabido cruzar todos los laberintos de las épocas más turbulentas de los últimos 70 años.

Se destacó no sólo por su agudeza intelectual y su coraje cívico, sino por vivir con coherencia en los valores elogiosos de la vida: el abrazarse a la honestidad por encima de todo; el rechazar de plano y con energía las injusticias y las explotaciones de un sistema cada vez más darwiniano.

Cuando hablaba de agroecología, no solo se refería a la agricultura y al ambiente; sino a un mundo que debe ser más justo y equilibrado si quiere tener aspiraciones de futuro.

El pensamiento y la perspectiva de Rulli tuvo mucho de inspiración y motivación para generar en la comunidad de Gualeguaychú –a través del Municipio, claro está- el Plan de Alimentación Sana, Segura y Soberana (PASSS), una política en defensa de la vida. El compromiso y el testimonio de vida de Rulli fue siempre una cátedra para aspirar a ser pueblos libres.

Por eso en Gualeguaychú -al menos- sería un acto de justicia que una escuela lleve su nombre como bandera.

Porque la noticia de su fallecimiento, lejos de hablar de distancias o de muerte, redoblan la apuesta por la siembra de la vida.

Fuente: Análisis Digital