La igualdad de género en los sistemas agroalimentarios, un paso necesario contra el hambre

El 36 por ciento de las mujeres que trabajan a nivel mundial lo hacen en los sistemas agroalimentarios. Según un reciente informe de la FAO, allí también se reflejan las brechas de género: menores retribuciones, mayor informalidad, menor titularidad de tierras. Para el organismo de Naciones Unidas, políticas públicas que empoderen a las mujeres sacaría del hambre a 45 millones de personas.

Mujeres pintan campesinas frente al congreso

Foto: Nicolas Pousthomis

Impulsar la igualdad de mujeres y varones en los sistemas agroalimentarios podría acabar con la inseguridad alimentaria de 45 millones de personas en todo el mundo. El dato se desprende de un reciente informe de la FAO que señala que, en la producción de alimentos, las mujeres continúan ganando menos que los hombres. En promedio, las trabajadoras en agricultura perciben un 18 por ciento menos que sus pares varones. Pese a que la proporción de mujeres en la fuerza laboral agrícola es mayor o está aumentando, por cada dólar que ellos ganan trabajando en agricultura: ellas perciben 82 centavos de dólar.

Los sistemas agroalimentarios son uno de los principales empleadores de mujeres: el 36 por ciento de las mujeres que trabajan en todo el mundo lo hacen en los sistemas agroalimentarios. Sin embargo, la forma en que hombres y mujeres participan en estos sistemas y las retribuciones por su participación no suelen ser iguales. Por ejemplo, el acceso de las agricultoras a la tierra, el ganado, los insumos, los servicios, las finanzas y la tecnología sigue estando por detrás del de sus pares varones.  

Las mujeres constituyen el 36 por ciento de la mano de obra del sistema agroalimentario en América Latina y el Caribe, y el 50 por ciento en África subsahariana, donde el 66 por ciento del empleo de las mujeres se encuentra en la producción de alimentos, mientras que para los hombres es el 60 por ciento. En el sur de Asia, las mujeres también trabajan mayoritariamente en el sector —71 por ciento de las mujeres, frente al 47 de los hombres—, aunque hay menos mujeres que hombres en la fuerza laboral. Además, los sistemas agroalimentarios son una fuente clave de empleo para las mujeres jóvenes, especialmente las de 15 a 24 años.

En general, indica la FAO, las mujeres representan una mayor proporción del empleo agrícola en los niveles más bajos de desarrollo económico, ya que la educación inadecuada, el acceso limitado a la infraestructura básica y los mercados, la alta carga de trabajo no remunerado y las escasas oportunidades de empleo rural fuera del sector agrícola limitan gravemente las oportunidades. La investigación, el primero de este tipo desde 2010, no se limita a la agricultura, sino que abarca desde la producción hasta la distribución y el consumo.

Empoderar a las mujeres en los sistemas agroalimentarios

Las mujeres desempeñan un papel vital en nuestros sistemas agroalimentarios: como agricultoras, comerciantes, trabajadoras asalariadas y emprendedoras, entre otras tareas. Sin embargo, sus condiciones de trabajo y oportunidades económicas están influenciadas por las desigualdades de género dentro del hogar, la comunidad, las instituciones y la sociedad en general.

El estudio detalla que las agricultoras suelen trabajar en condiciones muy desfavorables. Tienden a concentrarse en los países más pobres, donde no hay medios de vida alternativos disponibles, y mantienen la intensidad de su trabajo en condiciones climáticas críticas e incluso en situaciones de conflicto bélico. Las productoras tienen menos probabilidades de participar como empresarias y agricultoras independientes y se dedican a la producción de cultivos menos lucrativos. A menudo, las mujeres son trabajadoras familiares no remuneradas o trabajadoras ocasionales en la agricultura. 

Ante esta situación, la FAO advierte que alcanzar la igualdad de género en los sistemas agroalimentarios puede traer enormes beneficios para toda la población mundial. Por ejemplo, cerrar la brecha de género en la productividad agrícola y la brecha salarial en la agricultura aumentaría el PIB mundial en un uno por ciento, lo que equivale a casi un billón de dólares. Esto reduciría la inseguridad alimentaria mundial en aproximadamente un dos por ciento, lo que significa que 45 millones de personas dejarían de sufrir inseguridad alimentaria.

Además, el empoderamiento de las mujeres resulta clave para un cambio económico y social. Actualmente, solo una pequeña parte de la ayuda bilateral (seis por ciento) trata la igualdad de género como un tema fundamental. Si la mitad de los productores a pequeña escala se beneficiaran de intervenciones de desarrollo centradas en empoderar a las mujeres, se aumentaría significativamente los ingresos de unas 58 millones de personas y se aumentaría la resiliencia de otros 235 millones de personas, señala la FAO.

Mujeres campesinas
Foto: Juan Pablo Barrientos

La brecha de género de la seguridad alimentaria a la propiedad de la tierra

La necesidad de mejorar la situación de las mujeres en los sistemas agroalimentarios no sólo servirán para motorizar la igualdad de género, sino también para la transición hacia un modelo sostenible y resiliente, afirma la FAO. El estudio no sólo comenta las condiciones de trabajo de las mujeres: también informa que —desde 2005— la cantidad de personas que trabajan en la producción de alimentos en el mundo se redujo en un diez por ciento. Pese a que una mayor igualdad podría revertir estos procesos de exclusión de la ruralidad, se profundizaron las diferencias en las condiciones laborales según el genero.

Por la pandemia, el 22 por ciento de las mujeres perdió sus trabajos fuera de las explotaciones rurales. En los varones, ese porcentaje fue de dos puntos. A nivel mundial, la brecha entre hombres y mujeres en la prevalencia de inseguridad alimentaria moderada o grave pasó de 1,7 puntos porcentuales en 2019 a 4,3 puntos porcentuales en 2021. Ese brecha está impulsada en gran medida por las diferencias cada vez mayores en América Latina y el Caribe, donde la brecha alcanzó los 11,3 puntos porcentuales.

En todo el mundo los roles de las mujeres en los sistemas agroalimentarios suelen estar marginados y en condiciones peores que las de los hombres: irregulares, informales y precarios, y también intensivos en trabajo, de baja cualificación y a tiempo parcial. Por ejemplo, en la pesca y acuicultura, el 71 por ciento de los trabajos a tiempo parcial en el procesamiento en todo el mundo son ocupados por mujeres.

En cuanto al acceso a la tierra, el porcentaje de varones que tienen derechos de propiedad o tenencia segura sobre tierras agrícolas es el doble que el de las mujeres, en más del 40 por ciento de los países que han informado sobre la propiedad de tierras de las mujeres. Aun así, la proporción de mujeres entre los propietarios de tierras aumentó en 10 de 18 países en la última década, con marcadas mejoras en varios países del África subsahariana y el sur de Asia.

Por otro lado, las mujeres empleadas en los sistemas agroalimentarios tienen una carga más alta de trabajo no remunerado de cuidado. Esto contribuye a las desigualdades en la participación en el mercado laboral. Los patrones globales muestran disparidades de género sustanciales en el tiempo dedicado a trabajos domésticos y de cuidado no remunerados, como limpieza, cocina, cuidado de miembros del hogar y recolección de agua. En promedio, las mujeres dedican 4,2 horas al día a trabajos no remunerados, mientras que los hombres dedican 1,9 horas.

Las razones por las que existen estas desigualdades salariales son complejas, advierte el estudio. Y entre las causas enumera la discriminación, los estereotipos, las normas culturales y la superposición de la discriminación por motivos de género con otros tipos de desigualdad social, como la edad, la etnia o la discapacidad. 

La tarea de los Estados: políticas de género para los sistemas agroalimentarios

En el informe se destaca que, a escala mundial, el papel de las mujeres tiende a estar marginado y sus condiciones laborales suelen ser peores que las de los hombres en trabajos irregulares, informales, a tiempo parcial, poco cualificados o que requieren un uso intensivo de mano de obra. E indica que se necesitan más esfuerzos para aumentar el acceso de las mujeres a activos y recursos, como tierras, insumos, servicios, finanzas y tecnología digital, para que tengan igualdad de oportunidades económicas.

Es posible que las mujeres no estén sistemáticamente excluidas de las cadenas de valor orientadas a la exportación o del espíritu empresarial en los sistemas agroalimentarios, pero su participación suele verse limitada por normas sociales discriminatorias y barreras al conocimiento, los activos, los recursos y las redes sociales. 

“Si abordamos las desigualdades de género endémicas en los sistemas agroalimentarios y empoderamos a las mujeres, el mundo dará un salto adelante en la consecución de los objetivos de poner fin a la pobreza y crear un mundo sin hambre”, afirma QU Dongyu, director general de la FAO, en el prólogo del relevamiento.

Esto implica subsanar las carencias relacionadas con el acceso a activos, tecnología y recursos. En el estudio se pone de manifiesto que las intervenciones para mejorar la productividad de las mujeres consiguen buenos resultados cuando abordan las cargas de los cuidados y el trabajo doméstico no remunerados, proporcionan educación y formación, y fortalecen la seguridad de la tenencia de la tierra. El acceso a guarderías también tiene un notable efecto positivo en el empleo de las madres, mientras que los programas de protección social han demostrado aumentar el empleo y la resiliencia de las mujeres.

En el estudio, la FAO convoca: “Los gobiernos, las organizaciones internacionales, las organizaciones de la sociedad civil y el sector privado deben influir en cambios positivos en las normas de género y mejorar el acceso de las mujeres a los recursos a través de iniciativas nacionales. políticas, campañas y programas integrados a gran escala”.