La nueva relación con la tierra exige más manos y menos petroleo

Modelo agroidustrial en la lupa, cuales son las razones para insitir

Los efectos globales del agronegocio están a la vista: desalojo de millones de agricultores, pérdida de biodiversidad y calentamiento global. Como exigen los movimientos campesinos, es urgente debatir la redistribución de tierras y fortalecer la agroecología para desandar el camino del hambre y la dependencia alimentaria.

El agronegocio es una estrategia de explotación propia del capitalismo que tiene como principal objetivo producir commodities, productos primarios para exportación o mercado interno que cumplen estándares y tienen un valor de mercado. El complejo agroindustrial del que forma parte, responsable en la Argentina del 38 por ciento de las emisiones de gases de efecto invernadero, fue diseñado para beneficio de unos pocos, los dueños de los medios de producción: tierra, semillas, insumos artificiales, maquinaria y tecnología moderna. De hecho, esta estrategia, que no fue pensada para alimentar a la población o derramar riqueza, es una de las actividades que más contribuyen al calentamiento de la atmósfera y está destruyendo la estabilidad climática que hizo posible la agricultura.

El “agro moderno” depende fuertemente de los combustibles fósiles, cuya extracción está subsidiada en todo el mundo, ya que de otro modo no sería económicamente viable (el costo energético de la extracción supera el valor de la energía obtenida).

En sí, la energía fósil es un subsidio del pasado, más precisamente del período carbonífero. Se trata de una forma de energía muy concentrada que se está acabando: se estima que el pico del petróleo ocurrió en 2008.

El problema es que todo el carbono acumulado bajo la tierra durante millones de años, al ser quemado, está pasando de golpe a la atmósfera, donde produce el conocido efecto invernadero —principal causa del calentamiento global— y ya estamos a 1,2 grados centígrados (ºC) de temperatura por encima de los niveles preindustriales.

Hoy sabemos que, de seguir este curso, la Tierra llegará al menos a 3,2 ºC de aumento a finales de este siglo. Si con “apenas” 1,2 grados más estamos viendo semejante quiebre de los patrones climáticos, solo resta imaginar lo que sucederá si no frenamos las emisiones de carbono ya mismo. Los investigadores aseguran que tenemos menos de siete años para reducir los impactos más severos.

La multicrisis climática no es una crisis más. Es el escenario en que transcurre todo lo demás. Hoy, ninguna acción, plan o proyecto puede pensarse sin tener en cuenta el cambio en los patrones climáticos que ya es evidente.

Producir y distribuir comida quemando petróleo y gas resultó bastante “barato” durante los últimos 200 años y, de hecho, los alimentos todavía son relativamente baratos. Esto es así porque las externalidades negativas (pérdida de biodiversidad, por ejemplo) de su producción y transporte no integran su precio final. Ambientalistas y científicos lo vienen advirtiendo desde hace décadas: el actual sistema agroalimentario, lineal (en contraposición al circular, que recicla) y petrodependiente, no va más y tiene que ser cambiado de raíz.

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